LECTURA 1. NOVENOS
La eticidad como característica del ser humano
en todas sus acciones
Elegir es un proceso necesario en la vida humana, y
es algo que hacemos desde que nacemos hasta que morimos, desde que el sol su
levanta, hasta que anochece, y lo hacemos de manera más o menos consciente s de
forma trascendente para nuestra vida.
Cada elección que hacemos tiene un efecto transformador en nuestra
persona, va conformándonos, va caracterizándonos, porque como dice F. Savater,
cada elegir es un elegirme, un elegirlo). El hombre, a través de su vida,
realiza actos, cuya repetición genera «hábitos y comportamientos y determinan,
además, sus «actitudes», de manera tal que viviendo es como el ser humano se
construye a sí
mismo y forja su carácter.
El carácter o personalidad morales el resultado de los actos que
uno a uno la persona ha elegido lo que ha hecho por sí misma o por los demás. Y
en esta capacidad de elegir y de valorar sus acciones entra en juego su concepto
del bien o del mal. De ahí que cada elección implique, a su vez, un proceso de
valoración, característica esencialmente humana que se convierte en una obligación
moral, por cuanto es la razón la que nos guía frente a cualquier elección. Es imposible
una vida moral sin una reflexión moral. No se puede obrar moralmente sin
deliberación racional: hacernos cargo racionalmente de los motivos de nuestros
actos, y ponderar los medios más practicables para lograr el fin que nos
proponemos al actuar.
Se trata, pues, del ejercicio de la eticidad, una exigencia propiamente
humana en la que la reflexión sobre nuestras acciones presupone nuestra
libertad y nuestra capacidad para elegir y tomar decisiones responsablemente.
Por otra parte, el ser
humano es un ser capaz de descubrir y dotar de sentido a las cosas, y al
hacerlo poner en juego su libertad en un compromiso con su propia humanidad.
¿Qué otra cosa se le puede exigir al hombre si no es el de serlo a cabalidad?
El ilustre naturalista barón Von Humboldt declaró una vez que: “[...] el hombre
debe aspirar a lo bueno y grande”. En este sentido, y dada la racionalidad del
ser humano, su libertad, su capacidad de dotar de sentido a las cosas y a su
existencia, a su apertura a la naturaleza, y a su historia, etcétera, es lo que
debe exigirse al hombre.
El rasgo característico del individuo, de su convivencia con los otros y
de la cultura
humana en general, es la de desarrollarse en una dimensión ética basada
en la moralidad; es decir, en el comportamiento práctico del hombre,
que se expresa en juicios, actitudes y normas en su interacción social y
cultural. Esta dimensión ética ha sido el punto central de la reflexión
filosófica a lo largo de la historia y especialmente en ciertos períodos o
coyunturas de crisis y de grandes cambios estructurales.
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